Cobertores San Marcos, una tradición mexicana

Antes se vendían en las esquinas, exhibidas como la mejor obra de arte con sus imágenes de guerreros aztecas, la Virgen María, leones, osos panda y unicornios.

Laura Genao creció viéndolas, pero nunca imaginó tener una.

“Demasiado mal gusto”, decía.

Años más tarde, su madre, disimuladamente le dejó una sobre su sofá: una cobija con un tigre gigante en tonos gris, blanco y negro.

Fue entonces cuando Genao entendió lo que la mayoría de los latinos en Los Ángeles llegan a comprender cuando son niños: ámalo u ódialo; lo más probable es que vas a forjar un vínculo con una San Marcos.

Los gruesos cobertores mexicanos, con diseños de todo lo imaginable, incluyendo el logotipo de los San Francisco 49ers, Strawberry Shortcake, pavos reales y geishas, han mantenido abrigados a los latinos por casi 40 años.

Son tan populares que sirven como colchas, fundas de sofá, cubierta para el asiento del automóvil, arte para la pared, cortinas e incluso ponchos. Son regalos que se hacen a menudo para Navidad, cumpleaños y ‘baby showers’. Cuando un hijo creció y está listo para irse del hogar, usualmente una San Marcos va de la mano.

Genao recibió su tigre poco después de graduarse de la escuela de leyes. Su madre consideró que era una actualización de las cobijas gruesas y a cuadros mexicanas, y algo más adecuado para una profesional.

La abogada se resistió durante un par de semanas, pero luego decidió probar la cobija.

“Fue lo más cálido y reconfortante del mundo”, dijo Genao, de 42 años. “Me recuerda a la familia y a mi mamá”.

Entre los miles que son dueños de una famosa cobija o manta mexicana, suele hacerse la broma de que ésta compite en la lista de las 10 cosas que los latinos aman.

“Es como un terciopelo negro de Elvis”, dijo Rafael Cárdenas, del Este de Los Ángeles, quien tiene cuatro cobertores. “Es muy cursi, pero te sientes orgulloso de ello, sientes nostalgia porque es tu cultura”.

“Si te sientas a una mesa con cualquier mexicano en cualquier lugar y dices, ‘hey, ¿te acuerdas de las cobijas San Marcos?’, él sabrá exactamente de qué hablas”.

La primera fue fabricada en 1976, y San Marcos cesó la producción en 2004. Eso sólo hizo que los latinos las quisieran más.

Paula Valenzuela recuerda haber visto los vivos diseños cuando era una niña en Florida. Los trabajadores en las plantaciones frutales de su abuelo las traían de México.

“Recuerdo haberle pedido tener una a mi madre una y otra vez, pero ella no tenía idea en dónde encontrarlas”, dijo Valenzuela, ahora casada con un mexicano.

Cuando se mudó a la ciudad fronteriza de El Centro, hace cinco años, sus vecinos mexicanos le ayudaron a encontrar varias cobijas para su familia. También le enseñaron a descubrir las verdaderas: son más resistentes, no se despelusan y vienen con la etiqueta de San Marcos.

“Yo quería más y más”, dijo la mujer de 46 años de edad. “Cada vez que tenía tiempo disponible, me la pasaba buscando cobertores, rogándole a la gente que me vendiera la suya”.
Recorría los ‘swap meets’ y las ventas de garaje de todo el sur de California y Arizona. Otras personas también le ayudaban en la búsqueda.

Para el 2010, Valenzuela había coleccionado casi 400 San Marcos —con diseños de caballos, gatos, leopardos y todo tipo de flores.

Las mantuvo almacenadas en un remolque hasta que su marido la amenazó con llamar al show de televisión “Hoarders”.

Se puso a ver en internet y encontró decenas de peticiones de latinos en todo el país que clamaban por las cobijas:

Interesado seriamente, por favor, he estado buscando cobijas San Marcos desde hace mucho.

¿Alguien sabe dónde puedo comprar una en el área metropolitana de Atlanta o en la web?

Si usted tiene una entre sus manos, alégrese, porque una vez que se fueron, se fueron.

Hoy en día, Valenzuela tiene sólo alrededor de una docena. Al resto, nuevo y usado, lo vendió a través de Facebook, recaudando entre $40 y $120 por cada una.

EL ORIGEN DE LA TRADICION

Francisco Rivera dejó escapar una carcajada cuando escuchó recientemente la historia de Valenzuela. No estaba del todo sorprendido.

Su hermano, Jesús Rivera Franco, fue el creador de San Marcos hace 36 años. El hijo de un fabricante de sombreros, era un hombre diminuto de pelo blanco como la nieve y una gran barriga al momento de su muerte a los 91 años en el 2009.

Había comenzado haciendo sarapes a los 12 años en Aguascalientes, en el centro de México. A los 20, Jesús y su familia abrieron su propio negocio de bufandas, chales y mantas —unas a rayas coloridas muy populares en la década de 1930. Con el tiempo abrió su propia fábrica.

A mediados de 1970, comenzó a buscar la manera de crear un nuevo tipo de manta.

“Su sueño era llegar a una que durara, esa que a cada mexicano le encantara”, dijo Rivera, de 73 años.

La encontró en un viaje a España: un cobertor cálido pero no demasiado pesado hecho de acrílico con un borde grueso e imágenes repetidas de ambos lados en colores invertidos.

Jesús regresó a México decidido a reproducirla. Le tomó cerca de cinco meses y más de 2,000 intentos. La llamó la manta San Marcos por su vecindario en Aguascalientes.

Tan pronto como llegó al mercado en México, fue todo un éxito. “Todo el mundo quería una”, dijo Rivera.

De repente, los trabajadores de Jesús estaban produciendo 300,000 al mes —en tamaño ’twin’, ’queen’ y ’king’, así como una versión para cuna. Los compradores se reunían en hoteles de categoría en la Ciudad de México para ver los últimos diseños de Jesús, creados por los artistas en España. Las primeras se vendieron por tan sólo $8.

Su éxito le cambió la cara a Aguascalientes. Jesún llegó a tener seis fábricas que empleaban a mas de 8,000 personas. Construyó centros comerciales, plazas de oficinas, viviendas, una escuela y un convento. Un camino en el extremo sur de la ciudad lleva su nombre.

Los mexicanos que vivían en los EE.UU. iban hasta Tijuana para comprar sus mantas al por mayor.

“Una mañana descargamos un camión repleto con por lo menos 5,000 mantas”, acotó Rivera. “Por la tarde ya se habían acabado”.

Jesús comenzó la distribución en Los Ángeles. Al poco tiempo, las mantas estaban siendo vendidas por $20 o $30 en las calles, en los ’swap meets’ y en los almacenes al por mayor. Las mujeres, ansiosas por hacer dinero, vendían las cobijas San Marcos como si se tratara de Avon o Tupperware.

En 1993, Jesús vendió su negocio a una empresa en Monterrey, México. Las ventas fueron buenas durante unos años, pero luego, las imitaciones de Asia —coreanas, como se las conoce entre los latinos— comenzaron a inundar el mercado.

La compañía en Monterrey se esforzó, pero en 2004, después de seis años de pocas ventas, dejó de producir la famosa manta. Los periódicos mexicanos anunciaron su desaparición: Adiós, mantas San Marcos. La tradición de las mantas San Marcos ha llegado a su fin.

Hoy en día en Los Ángeles, las imitaciones coloridas se venden en ’swap meets’ y por distribuidores al por mayor. Muchos latinos que las compran no tienen idea de que son imitaciones. Otros saben que aunque sea falsa, es lo más parecido que podrán tener.

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